DE ENEMIGOS, A DIGNOS RIVALES-Ensamble Espiritual-Episodio 11
humberto@beeon.co
En este nuevo episodio de Ensamble Espiritual te quiero compartir una reflexión inspirada en el Abierto de Australia, en Nadal, en Federer… y en lo que sucede cuando dejamos de ver a los competidores como enemigos que nos quitan la paz, para empezar a verlos como dignos rivales que nos ayudan a crecer.
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En el mundo empresarial, hablar de competencia suele despertar imágenes de lucha, desgaste y confrontación. Para muchos, el competidor es una amenaza; alguien a quien hay que vencer, superar o incluso destruir para “ganar el mercado”. Durante años, yo mismo viví bajo esa lógica. En mis primeros tiempos como vendedor de tecnología —época para la cual habría que hacer casi trabajo arqueológico— teníamos un lema entre broma y convicción: “A la competencia no hay que desearle el mal… a la competencia hay que hacérselo.”
Parecería una frase divertida, pero en el fondo revelaba un paradigma mucho más profundo: una visión del otro como enemigo. Yo veía a quienes trabajaban en empresas rivales como personas a las que había que evitar, incluso como seres “malos”, indignos de una conversación o una amistad. Y aunque han pasado años desde ese entonces, esta mentalidad sigue viva en muchas organizaciones que aún conciben el mercado como un campo de batalla.
Hoy quiero invitarte a ir más allá de esa visión y a explorar una forma mucho más profunda, humana y espiritualmente inteligente de entender la competencia. Para ello, viajaremos desde el mundo empresarial hasta el Abierto de Australia, pasando por Rafael Nadal, Roger Federer y un principio poderoso que Simon Sinek popularizó: el concepto del digno rival.
El paradigma destructivo de la competencia
Todavía es muy común encontrar empresas que ven a sus competidores como amenazas existenciales. Y cuando se parte de esa premisa, casi cualquier estrategia se vuelve justificable: difamación, mentiras, tácticas agresivas y comportamientos cuestionables cuya finalidad es desplazar al otro del mercado a cualquier costo.
Pero vale la pena detenerse ante una pregunta fundamental:
¿Qué beneficio real obtendría la humanidad si lográramos destruir a un competidor?
La respuesta honesta es: ninguno. O peor aún: generaríamos un daño.
Los competidores —aunque a veces incomoden, estresen o presionen— cumplen una función esencial: nos obligan a mejorar. Funcionan como un espejo que nos revela lo que podríamos hacer mejor y lo que podríamos ampliar, innovar o transformar en nuestra oferta.
En un mundo sin competidores, la mediocridad sería el estándar. Nada nos retaría. Y sin reto no hay evolución.
Del tenis a la estrategia empresarial: “Play the ball, not the opponent”
A comienzos de cada año se juega el Abierto de Australia, uno de los torneos más importantes del tenis mundial. Este año, mientras veía varios partidos, una frase que aparecía cerca de la cancha me atrapó por completo:
“Play the ball, not the opponent.” Juega la bola, no al oponente.
Ese mensaje —aparentemente simple— encierra una filosofía profunda. En el tenis, como en cualquier deporte, el objetivo es claro: ganar puntos, anotar goles, encestar, lograr la mayor cantidad de jugadas exitosas. El foco debería estar en el juego, no en destruir al oponente.
De hecho, sin oponente, ni siquiera existiría el deporte. El oponente es quien ofrece el desafío, quien obliga al atleta a esforzarse, a crecer, a perfeccionar sus capacidades. Sin adversidad no hay triunfo; sin resistencia no hay fortaleza.
Esta idea, llevada al mundo organizacional, es sorprendentemente reveladora.
Simon Sinek y la idea del “digno rival”
En su libro El Juego Infinito, Simon Sinek propone reemplazar la idea de “competidor” por la de digno rival. No se trata solo de cambiar el nombre, sino de transformarnos interiormente en la forma en que observamos y nos relacionamos con otras empresas.
Un digno rival es alguien que te desafía porque es mejor que tú en ciertas áreas. Y tú, a su vez, eres mejor que él en otras. En esa dinámica recíproca se genera un intercambio de aprendizajes, prácticas y virtudes que elevan a todos los participantes.
Esta idea me llevó de inmediato a la icónica relación entre Federer y Nadal. Durante años fueron rivales intensos, casi antagónicos en estilo y personalidad. A veces ganaba uno, a veces el otro. Pero lo fascinante es que desarrollaron una amistad basada en el reconocimiento mutuo. Cada uno sabía que el otro lo hacía mejor. Cada uno agradecía la existencia del otro porque lo obligaba a crecer, a evolucionar, a dar su mejor versión.
Eso es un digno rival: alguien que te eleva.
Renuncia a competir
Sé que puede sonar extraño —incluso absurdo— pero desde hace algún tiempo he venido proponiendo una idea que va a contracorriente de la lógica tradicional del mercado:
renuncia a competir.
No compitas. No te desgastes tratando de “ganarle” a nadie. No uses tus energías para adelantar al otro en la carrera.
En cambio, vuélvete más competente.
Enfoca cada gramo de tu energía en servir mejor, en crear más valor, en entender profundamente a tus clientes, en innovar, en transformar. La competencia, cuando se vive desde la obsesión por ganarle al otro, roba energía, claridad y propósito. Te descentra. Te desconecta de lo que realmente importa: las personas a las que sirves.
Pero renunciar a competir no significa ignorar a los competidores. Significa observarlos con una mirada espiritual y constructiva. Míralos como fuente de inspiración. Como ejemplo. Como referencia. Pregúntate:
¿Qué están haciendo mejor?
¿Qué puedo aprender de ellos?
¿Qué buenas prácticas podría adoptar?
¿Qué señales del mercado están viendo que yo quizá estoy pasando por alto?
Y ojalá ellos hagan lo mismo contigo. Ese intercambio silencioso hace que los sectores económicos evolucionen, que los clientes ganen más y que las empresas se vuelvan mejores alternativas.
El resultado inesperado
Aquí ocurre algo curioso. Cuando abandonas la obsesión por ganarle a la competencia y te enfocas radicalmente en ser más competente… puede suceder que termines siendo líder del mercado.
No porque destruiste a tus competidores. No porque fuiste más ruidoso o más agresivo. Sino porque te volviste la mejor opción para tus clientes.
Ellos estarán felices, satisfechos, agradecidos. No querrán irse. Y, además, los clientes de tus competidores empezarán a preguntarse: ¿qué es lo que los hace tan felices? ¿por qué se quedan allí? ¿qué está pasando?
La curiosidad los acercará a tu puerta. Y si encuentran valor genuino, es probable que decidan quedarse contigo.
Así crece la verdadera grandeza. No desde la destrucción del otro, sino desde la excelencia propia.
Competidores como aliados del propósito
Esta visión es profundamente coherente con la espiritualidad organizacional. Ver al otro como enemigo genera miedo, rabia, desgaste y violencia simbólica. Verlo como digno rival genera expansión, generosidad y crecimiento.
Las organizaciones con propósito no buscan destruir. Buscan aportar, elevar, servir. Y para servir mejor, necesitan aprender constantemente. ¿Y quién enseña mejor que un rival que te supera en algo?
Cuando nos movemos desde este enfoque, dejamos de ver el mercado como un campo de batalla para empezar a verlo como un ecosistema en el que todos podemos ganar: empresas, clientes y sociedad.
Una invitación a transformar la mirada
Si pudiéramos soltar la vieja creencia de que “ganar” significa destruir al otro, el mundo empresarial sería infinitamente más humano y más inteligente espiritualmente. Imagínate un entorno donde las empresas aprenden unas de otras, donde los desafíos se valoran, donde el éxito se mide en impacto y no en sangre derramada.
Ese mundo es posible. Solo requiere que cambiemos la forma de mirar.
Así que te dejo esta invitación:
Deja de ver competidores. Empieza a ver dignos rivales. Aprende de ellos. Permíteles elevarte. Y enfócate, siempre, en ser cada vez más competente para servir mejor.
¿Qué opinas? ¿Te animas a dar este giro? Me encantará leerte y conocer cómo vives la competencia en tu organización.